Visita a Santiago de Compostela

     El viaje estaba finalizando. Ese era el sentir unánime de los tres. Bajando las escaleras de la entrada principal de la catedral, donde nos habíamos fotografiado con las mochilas y las cartillas firmadas, comentabamos el hecho mismo de tener esa sensación. Pepe era el más castigado de todos (al menos en ese día), por una fiebre que empezaba a ser alta, y tan solo tenía ganas de llegar al hotel. Salva y yo, discutiamos sobre que dirección tomar para encontrarlo.
En aquellos momentos se produjeron dos escenas capaces de hacer sonreir al mas serio de los lectores que se atrevan a leer este capítulo. Los tres vivimos la primera de ellas, juntos. La segunda la viví yo, mientras intentaba localizar el dichoso taxi que nos llevará al Hotel.
Puedes reirte ya…, pero deberías intentar imaginarnos… con mas mierda que el palo de un gallinero, cansados, cargados de las mochilas y otros enseres (Salva Perez lucía en la parte posterior de la mochila la última ropa lavada) [sí… cual buhonero 😀 ]. Los rostros eran un poema y no precisamente de amor. Pero en medio de esas sensaciones tan, tan… digamos distinguidas, escuchamos el rumor de que en uno de los hoteles más lujosos y de más realeza, como el Hotel Reyes Católicos, con 5 estrellas y que luce su estampa preciosa junto a la plaza de la Catedral, iban a obsequiar con una opípara comida a los 10 primeros peregrinos que sellaran la cartilla y recibieran la compostelana. Solo teníamos que ir cuanto antes, no fuera que se adelantaran… Y nosotros estabamos entre esos afortunados por lo que, se nos hicieron los ojos chirivitas y empezamos a encaminar nuestros pasos hacia el lujoso hotel, con el ánimo de exigir esas viandas.
Teníamos que haber escuchado la voz del sentido común y pensar que era harto dificil que nos fueran a dar comida, cual mendigos de la edad media que intentaran hospedarse en una posada del lugar. Aquello era casi un palacio y allí estabamos nosotros, subiendo las escaleras hacia la puerta de entrada del hotel, escoltada por media docena de «lacayos» vestidos de la epoca. Teníamos hambre… y nos habían jurado y perjurado que nos esperaba una comida como dios manda…
A medida que ibamos subiendo las escaleras, yo al menos empezaba a tener la sensación de que algo fallaba. Salva y Pepe presentían tambien que algo iba mal porque los porteros de la entrada parecían extrañados al vernos entrar por aquella puerta lujosa… [ :-)] ¡Mon die! De dentro del hotel, salieron rapidamente un par de avezados metres, con aspecto mas parecido al de un guardaespaladas, con el rostro desencajado de ver como habíamos progresado hasta casi la recepción sin que nadie nos hubiera parado los pasos. Al fondo, en las mesas que descubría uno de los arcos, desayunaban placidamente enjoyadas mujeres y caballeros almidonados. Y los tres paseabamos por aquel lujoso pasillo, ataviados con todos los enseres e incluso, y creo recordar que fue el caso de Salva Perez, exibiendo en la parte posterior de la mochila el tenderete que descubrían sus camisetas, prendidas con alfileres a la redecilla , e incluso bajo ellas, llamativos calzoncillos de algodón. Era realmente pictórica la escena. Si hubieran podido en ese momento molernos a palos, de seguro que lo hubieran hecho.
Rápidamente nos invitaron a salir. Nosotros intentabamos razonar con ellos el tema de la comida pero parecían no entrar en razones y finalmente nos indicaron que fueramos a la trastienda que nos atenderían como nos merecíamos… [jeje, eso último lo he añadido yo]
En la puerta del garage ya no había lujo alguno. Tampoco se veía a nadie. Debían estar por dentro porque la puerta estaba desierta. Convenimos los tres en la forma en que se habían desecho de nosotros, sin poder evitar sentir algo de verguenza ajena. Entramos unos pasos en la oscuridad y al fondo, muy al fondo, se vislumbraba una caseta, donde nos indicaron las instrucciones para poder acceder a una especie de desayuno y desde luego, los requerimientos eran tantos que para una tarde que nos quedaba desistimos de hacer real ese bulo. Cabizbajos salimos del garaje, que mas bien era la boca del lobo, y parecía que el cansancio era mucho mayor. Estabamos verdaderamente desesperados por llegar al dichoso Hotel que nadie parecía saber donde estaba. Pepe lucía su rostro desencajado. No se veía taxi alguno al que poder abordar. Y yo vi a lo lejos, al otro lado del hotel, un hermoso cuartel de policía local y les dije que esperaran, que iba a preguntar.
Allá iba yo… derecho al cuartelillo sin imaginar que me iba a encontrar al policía mas tonto de todo santiago. ¡Y yo con los tontos, tan rematadamente tontos…, me desenvuelvo bastante mal. Esa fue la segunda estupidez del día…
Cargado de la mochila, entraba a una pequeña sala donde había un policía fumando un cigarro con aire de gallego desconfiado.
-Hola, buenos días. ¿Me podría indicar si hay alguna parada de taxis por aquí cerca?
-Buenos dias (me respondió) ¿decía…?
-Hola, buenos días. Le comentaba si me podría indicar alguna parada de taxis. (Yo miraba de reojo hacia fuera mientras hablaba para ver si estaban alli mis compañeros y el policía parece que se apercibió de ello y se sintió como Sherlock Holmes.)
-¿Una parada…? No. Los taxis estan bastante lejos. Tienen que caminar hacia el extremo de la plaza de la catedral. ¿De donde son…? ¿A donde van…?
Yo empezaba a ponerme nervioso. Pepe estaba literalmente verde. El mal color de cara era evidente, e incluso desde aquella distancia se le veía mal. La fiebre era alta, y aquel hombre en lugar de ayudarme, con ese rostro de vinagre me empezaba a fastidiar.
-Verá es que uno de mis compañeros está con mucha fiebre… Están afuera. Vamos a este Hotel que le he comentado.
A fuera, en el exterior, se escuchaban los gritos de los dos desesperados, cagandose en la madre que me pario, increpandome para que me diera prisa en acabar… y aquel hombre era la pasimonia personificada.
-Ahhh… pues no se. (se lo piensa tres minutos…)
Yo desesperado. ¿Se habría quedado tonto?
-Mire por favor, llame a un taxi.
Su rostro mudaba pronto. Igual parecía un bondadoso policía que miraba de reojo a mis compañeros como si fuera a descubrir a unos malechores. Yo creo que llegó a pensar en algún momento que eramos delincuentes y se esforzaba en recordar las caras para ver si coincidía con algunas de las fotografías colgadas.
Aquellos afuera, a lo lejos, voceando ya descaradamente; [lo más cariñoso que escuchaba en aquellos gritos de fondo era «Vete a la mierda…» 😉 ]y yo empezaba a pensar que a aquel individuo, vestido de policía, se le iba a ir la «chapina» de un momento a otro, y mandaría arrestarnos a todos.
De repente dijo:
-Vamos a llamar… Paco (refiriendose a un compañero que ocultaba una cancela de vidrio)… ¿sabes el numero de la parada que no lo encuentro? ¿A donde me dijo que iban?
¿de donde son…? ¿qué hotel?
¿Sería verdad que con las veces que se lo había repetido no había memorizado el nombre del hotel?
Y con lentitud pasmosa empezó a aporrear los dígitos del teléfono. Esperaba entre dígito y dígito mas de dos o tres segundos, como si se tratara de un ritual. Fueron verdaderamente los cinco/diez minutos mas largos de todo el viaje y pensé que acabaríamos los tres en el cuartelillo.
Gracias a Dios, el taxi apareció a los pocos minutos, y salí corriendo como alma que huye del diablo, en dirección de mis compañeros para ir hacia el hotel. Aquel policía se quedó mirandome inexpresivo… y yo recordaba las palabras de Jose María García en alguno de sus retransmisiones deportivas, cuando hablaba de que tal o cual personaje parecía gallego, y no se sabía al encontrartelo en una escalera, si estaba subiendo o bajando de la misma. Fue un verdadero alivio que el taxi iniciara el recorrido por aquella arteria principal de la ciudad en busca del alojamiento. El hotel quedaba a las afueras, relativamente cerca de la estación de autobuses.

     Yo creo que serían cerca de las 10 y media cuando el taxi paró. El alojamiento estaba en el interior de aquel gran centro comercial y la verdad es que se veía bastante bien. Pepe nos abandonó para ir con urgencia al Hospital y nosotros iniciamos el desembarco del equipaje y nos trasladamos a la habitación. ¡Aquello era otra cosa! ¡Solo se podía comparar en lujo a la casa rural! Era un moderno NH, en la linea de estos hoteles tan convencionales, donde se ofrece un nivel respetable de comfort.
Así que estuvimos dando un paseo por las tiendas del centro comercial, en espera de que Pepe llegara del Hospital. Ya nos habíamos duchado y cambiado la ropa. Aquello ya tenía otros visos y ya no dabamos la imagen de buhoneros.

     Unas horas mas tarde, tras su llegada, decidimos bajar a comer a Santiago y a ofrecer el camino al Apostol, como es costumbre por los peregrinos, y tras llamar a un nuevo taxi nos encaminamos de nuevo a la plaza del Obradoiro.

El día lucía soleado. Una horda de soldados de epoca, y de campesinos, simulaban una revuelta en el centro de la plaza. Era una especie de desfile donde todos pasaban sonrientes. La verdad es que los trajes eran preciosos y aquel colorido nos fascinó. Comentamos que aquello era realmente fantástico. Una suerte disfrutar de aquel sol radiante , de aquellos majestuosos edifcios que circundaban la plaza de la catedral, de aquel ambiente festivo… Salva Perez no paraba de fotografiar. Estaba como loco.
Al final, escogimos un restaurante que tenía un magnifico aspecto y nos pusimos las botas. Fue una comida entrañable. Durante toda la velada hablamos y hablamos del viaje, de todos los detalles, de todos los problemas, de las satisfaciones y de las cosas que nos habían desilusionado. Una de las fotos se corresponde a la misma.

  

     Y para terminar, decidimos visitar la catedral de santiago y fue verdaderamente un sueño. Es importante, valorar el hecho mismo del viaje, ya que de no ser así, dificilmente se podría entender la emoción de recorrer el interior de la misma. Fotos y mas fotos. Os dejamos en la pagina algunas como por ejemplo la del sepulcro. No vamos a narrar lo que fue la visita interior de la catedral. La narración meramente formal de toda la riqueza pictórica que nuestros ojos descubrían, aquellos magnificos relieves, los cuadros, el altar, la figura del apostol, no haría justicia a la sensación de paz interior que nos proporcionaba. La belleza del conjunto también residía, en cierta forma, en todo lo que supuso aquellos días de fatigoso camino, en el cansancio físico de nuestro cuerpo recompensado por estar allí, con la satisfacción del deber cumplido, independientemente de que ese deber hubiera nacido por temas estrictamente religiosos. Cada uno tenía su propia motivación para saborear la visita de la Catedral, pero todos coincidiamos en que era un pequeño sueño.


Imagen de Santiago Apostol (la del abrazo)


     No se si mis compañeros desean ampliar algo mas estos comentarios. Si no dicen nada, proseguiré diciendo que tras la visita ya no quedaron fuerzas para mucho mas, ya que al llegar al hotel Pepe sucumbió a la fiebre y acabó postrandose en la cama, y ya no salió de allí hasta bien avanzada la tarde. Tras la siesta, siguió descansando y Salva Perez y yo, bajamos de nuevo a la catedral para comprar cuatro recuerdos, y encargar las tartas de Santiago para la vuelta.
Y poco mas que contar… La cena la hicimos en el mismo interior del centro comercial y acabamos retirandonos pronto a la habitación, ya exáustos de aquel largo día.
Yo creo que aquella noche ya estabamos algo nostálgicos. Ya sabíamos que el viaje terminaba, y de alguna forma la morriña era bastante evidente.

Domingo, 1 de Agosto del 2004

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