De Palas de Rey a Arzua

     Como Salvador Jover se estaba cansando ya de escribir, y de que Pepe García y un servidor le añadiéramos algún detalle no mencionado por él, con el propósito de que pasara desapercibido, esta etapa voy a intentar narrarla sin que la diferencia de estilo se note en demasía, algo por otra parte altamente difícil si tenemos en cuenta las virtudes descriptivas y la fácil pluma con la que habitualmente nos tiene acostumbrados. [menos coba…¡niño!]


Como ya iba siendo rutina nos despertamos a las seis y media de la mañana, y la primera imagen que divisé al abrir los ojos fue la del televisor que parecía suspendido en el aire cual lámpara de pared, pero con algunas diferencias más que notables ya que no emitía luz, era mucho más grande y no encajaba en la decoración de la habitación. En ese momento me vino a la mente el hecho de que nos encontrábamos apenas a tres jornadas de Santiago y que aquellos madrugones estaban tocando ya a su fin. Una vez levantados y aseados, y con gran delicadeza, fuimos cogiendo la ropa lavada que la noche anterior dispusimos sobre los tres bordones apoyados en sillas que hicieron las veces de auténticos y originales tendederos.[al final uno tiene que buscarse la vida, Salvador, ¿no?] Una vez vestidos y con las mochilas a cuestas bajamos a la planta baja y dejamos las llaves en recepción. La mañana era bastante fresca pero a la vez algo enrarecida; se apreciaban sobre las calles Palas de Rei los efectos en forma de botellas vacías de una noche bastante agitada como consecuencia de los conciertos de rock que estuvieron machacándonos los tímpanos hasta altas horas de la madrugada [te juro que yo no los oí].

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Aunque realmente había algo más que botellas y vidrios esparcidos por las calles, concretamente quedaban los huesos de un tipo, apenas sobrio, que intentaban dirigirse hacia nosotros para preguntarnos no sé qué de la hora. Con gran esfuerzo por nuestra parte, y con un Jover bastante acojonado y a punto de echar a correr, logramos entender que lo que quería era saber la hora. No recuerdo quien se la dio, lo que sí sé es quién no lo hizo.[er niño tenia pinta de pedir la hora!!!!]
A partir de ese momento buscamos la señal en forma de flecha amarilla y la seguimos en busca del siguiente pueblo (Casanova) que nos acercara un poco más a Santiago.
Iniciamos la caminata por el asfalto y tras haber recorrido unos dos kilómetros el paisaje se torna verde, con amplios caminos rodeados de abundante vegetación, tal y como se puede apreciar en las fotos. Una vez alcanzada la aldea de Casanova entramos en la última provincia del Camino: A Coruña. En esta hora y media de recorrido seguimos hablando sobre aquellos años de juventud recordando viejas canciones de Alan Parsons, la ELO y Gilbert O’Sullivan que nos trasportaban a las fiestas montadas para la ocasión en el campo de Arturo. Creo recordar que salió a conversación los cafés de Alfonso y el bautismo etílico de Salvador Jover.
De esta forma y después de algunas carcajadas llegamos a Leboreiro donde tras esquivar varias casas por una calzada entramos a visitar el pórtico de la Iglesia de Virgen de las Nieves donde una chica en estado de buena esperanza nos selló las credenciales que, como siempre, las alojábamos en una especie de bolsillo con red que tenía Pepe en su mochila. Me chocó el atractivo natural de la chica y su cara agradable, y con esa excusa estuvimos allí unos cinco minutos escuchando una misa en polaco, sí, habéis oído bien, en polaco.
A la salida, y tras el saludo de despedida de la chica seguimos nuestro camino a través de corredoiras hasta toparnos en una leve bajada con un polígono industrial donde una de las naves se encontraba habilitada para la recepción de los peregrinos. Dentro de la nave, perfectamente acondicionada nos percatamos que era una especie de stand dedicado a San José María Escribá de Balaguer donde se mostraban videos sobre sus charlas y misas en América del Sur allá por los años 70. Tampoco podían faltar trípticos y ejemplares de su obra más famosa traducida a 43 idiomas, el Camino. Una vez transcurridos unos diez minutos Pepe ya se estaba poniendo nervioso porqué quería llegar cuanto antes al próximo pueblo. Como no, le hicimos caso y emprendimos la marcha hacia Melide, a unos 2 kilómetros de donde nos encontrábamos.
La entrada a Melide es una larga travesía por la carretera de Lugo que alcanzamos en apenas media hora. Me gustó muchísimo el puente de piedra que da entrada a la población, pero por desgracia no hicimos ninguna foto del mismo. Una vez cruzado el puente divisamos un bar que hacía chaflán y con un nombre bastante ‘tecnológico’ Bar Restaurante SONY. Recuerdo que nos pedimos un bocata de jamón y nos trajeron un pedazo de bocadillo cortado en dos partes que perfectamente podrían haber comido seis personas. Pero en fin, no le íbamos a hacer asco, y no solo ‘cayeron’ los bocadillos sino que nos ‘postreamos’ con unos melocotones que el día anterior compramos en Portomarín.
A partir de Melide el camino se nos hizo, no sé si por el camino recorrido o por el cansancio acumulado, más aburrido. Llegamos a Boente a través de sendas y veredas y después de una hora y media de camino. Fue un tramo duro ya que la sangre se fue concentrando en el estómago para hacer la digestión y junto con el sol del mediodía nos recordaba una y otra vez el sacrificio que todo aquello suponía. No obstante y así y todo pudimos recoger algunas imágenes de típicos hórreos gallegos.

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Desde Boente a Ribadiso da Baixo, otros 5 kilómetros con un perfil de un constante subir y bajar nos vino de perlas el alto que hicimos a orillas del rio Barreros donde nos mojamos los pies y nos hicimos la foto que aparece en este reportaje. Las sensaciones fueron indescriptibles, agua fría, hormigueo por los pies, apenas podíamos mantener los pies dentro del agua durante cinco segundos seguidos.[Es cierto… Era imposible sumergirlos en el agua sin sentir que se congelaban] Fue como un bálsamo que nos ayudó y dio fuerzas para emprender el camino de nuevo, a menos de 5 kilómetros de Arzua. Antes de llegar a Ribadiso da Baixo adelantamos a una chica que iba sin mochila, y que apenas podía cambiar el paso. Unos pasos más adelante se encontraba el burro de carga personificado en un tio de casi 1 metro 90 portando las 2 mochilas (la suya y la de su compañera), que a pesar de su corpulencia ya empezaba a mostrar signos de fatiga. Su consuelo es que 100 metros más adelante apareció como oasis en desierto el refugio de Ribadiso, muy bonito, rodeado de vegetación y con muchos peregrinos bañandose en las aguas cristalinas y frias del rio Iso.

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     Finalmente, el último tramo que va desde Ribadiso hasta Arzua lo salvamos con la mayor dignidad, ya que a pesar de tratarse de una distancia relativamente corta (2,7 km.) era en ascenso y con los kilómetros que llevábamos a nuestras espaldas la fatiga ya iba haciendo mella. De esta forma llegamos bordeando la carretera hasta la entrada de la localidad que para nuestra sorpresa era bastante larga y estaba atravesada por la misma carretera. Con las fuerzas muy justitas llegamos a Casa Teodora, hostal remodelado recientemente que portaba el nombre de su propietaria. Era algo así como el eslabón que encabezaba cualquier relación mercantil de Arzúa. Con un gran desparpajo y una vitalidad encomiable, al no tener disponible ninguna habitación, nos encontró una especie de motel que montado sobre un bar hacía las veces de lugar de alojamiento y sitio de copas los viernes por la noche (como decía Jover se parecía más a un motel de esos de citas que a otra cosa).


En el motel nos acondicionaron una habitación para poder meter un colchón más que colocaron en el suelo. Tras una duchita rápida bajamos al bar y comimos algo ligero, creo recordar que fue alguna manzana y unos cafés con leche y madalenas. A todo esto ya eran las 6 de la tarde y nos fuimos muy lentamente hasta el centro del pueblo en busca del centro médico para ver el estado de las ampollas de los pies tras la cura el día anterior en Palas de Rei (que lejos quedaba ya … )
Una vez curadas y desinfectadas nuestras amigas las ampollas, nos fuimos a cenar a una especie de Pizzería llamada O Rubeiro, no sin dificultades al tener que ir esquivando las vacas que por el centro de una calle nos venían de frente. Una vez en O Rubeiro pedimos alguna pizza y la chica que nos atendió al ver que pedíamos demasiado nos comentó que las pizzas eran de gran tamaño y bromeando quisimos apostar sobre si Jover era capaz de comerse 6 pizzas de esas.[mira que me dais mala fama!!!] Tal y como pudimos comprobar después hubiéramos perdido la apuesta ya que cada pizza parecía un pan de kilo. La cena fue relajante y la dedicamos como al principio de la etapa a añorar tiempos pasados e historias de juventud, de aquellos tiempos en que teníamos 17 años y la cabeza un poco volada.
Sobre las 9 de la noche regresamos al motel-bar-pub y antes de subirnos a la habitación nos relajamos jugando unas partidas a las cartas, como hacíamos casi todos los días desde que iniciamos el camino. Jugamos al chinchón y aprovechamos aquellos momentos para preparar la etapa del día siguiente. Ah, por cierto, el que escribe ganó dos partidas por una de Jover y ninguna de Pepe[jeje][ 😉 ].

     En resumen, la etapa no nos gustó tanto como las anteriores, principalmente porqué fuimos acompañados de un sol molesto, que junto con la gran cantidad de tramos al lado de la carretera sin árboles que nos protegiesen nos hizo sufrir bastante.

Viernes, 30 de Julio del 2004

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