El regreso…

     He dejado pasar muchas semanas antes de escribir estas líneas… Creo que he tenido buenas razones para hacerlo. La primera y quizás la mas importante, puede ser la necesidad de distanciarse un poco de los sentimientos, que a menudo se entrelazan con las palabras; y mi idea, al iniciar esta redacción era la de ser mas objetivo de lo que fui en el resto de capítulos anteriores. Por otro lado, esta última página la presentía como mas especial: quizás por ser la única de la que no existe una sola foto, por ser la única que no existe «una sola línea escrita» que me guíe al recordarla y quizás por estar tan llena de silencios y miradas ausentes. Sin embargo, y a pesar de todo esto que os comento, no estábamos tristes.
Todo tiene un final ¿no creéis?. El camino también… Las despedidas tienen eso, y cuando dos amigos recorren una pequeña calle y al final de ella se dicen adiós, queda un sentimiento extraño que mezcla la alegría de haber compartido algo grande, con la tristeza de saber que esa persona desaparece de tu vida. ¿Habéis sentido alguna vez algo parecido?. Así que podéis entender que se pueda sentir algo así cuando uno deja perdida su mirada en el horizonte mientras sientes que te aleja el autobús lentamente, y que esa pequeña aventura que duró una semana se desvanece. Atrás quedaron los amigos que han compartido risas y el cansancio, los riachuelos y las ampollas, las camas sucias y las habitaciones dignas de un rey, la sonrisa de ángel de la brasileña y el olor insoportable del italiano, los kilómetros, las señales, las vieiras y las cartillas para firmar y sobretodo, aquel paisaje tan hermoso…
Cuando era pequeña mi hija y la bañaba al llegar la noche, con seis o siete años, recuerdo que al pedirle que saliera del agua me miraba con cara de pena y me pedía siempre cinco minutos mas: ¡Venga, papa! ¡Solo un momento mas! Ahora estoy jugando… Y sumergía sus monigotes en el agua de la bañera mientras los manojeaba de acá para allá dándoles pequeñas aguadillas. Y a menudo, esos cinco minutos se convertían siempre en algo mas, y discutíamos largo rato mientras planeaba la forma de engañarla para quitar el tapón y que no tuviera mas remedio que salir. A veces, incluso llegaba la bicha a poner el talón para tapar la salida del agua con esa picardía que solo tienen los niños.
No se si eso describe bien lo que sentía pero mientras apegaba mi enorme narizota al cristal y veía alejarse la ciudad de santiago, hubiera deseado decir: -¡Venga… cinco minutos mas. Dame solo cinco minutos mas… ! ¡Como esos dos amigos que se separan al final de aquel callejón, y que sabes que va a pasar tanto tiempo antes de encontrarse de nuevo!. Y miraba el horizonte, como queriendo memorizar en la retina cada quiebre del paisaje, el arbolado frondoso o los verdes prados que quedaban junto a aquella loma. Salva dormitaba a mi lado, como un angelote, y Pepe se rindió finalmente al cansancio y la fiebre.
Fue un regreso lleno de silencios. El único que hablo hasta Madrid fue el protagonista de una película de esas de guerra que daban en el autobús. Muchos tiros y mucha sangre… ¡yo no se las veces que morían! Un mismo revolver disparaba siete mil tiros y nunca acertaban a aquel santo hombre que nos acabo por hacer olvidar que íbamos de regreso a casa. Salva de cuando en cuando recostaba su cabeza para intentar conciliar un poco el sueño y yo seguía, a ratos, perdiéndome en ese ventanal tan enorme… Y Pepe, seguía dolorido y exhausto por la fiebre de los días anteriores. Por lo demás… el mundo seguía girando.

     Hemos hablado mucho entre nosotros sobre el viaje y nos hemos prometido algún día volver. No hay fecha, ni motivo ni lugar de partida. Algún día sonará el teléfono de recepción y una Patricia, atenderá la llamada de un tal Pérez que no se que locura se le habrá ocurrido y que de seguro nos revoluciona…

     ¡Buen camino!

Lunes, 2 de Agosto del 2004

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