De O Cebreiro a Samos

     Mientras os escribo estas líneas, y reflexiono sobre el viaje a Santiago, me doy cuenta de que cada día de camino nos enseñaba cosas nuevas, y si en la etapa anterior nos hacía reflexionar sobre el excesivo peso de nuestras mochilas, de esta que iba a iniciarse íbamos a aprender otra lección, quizás tan importante como la primera: si es fácil errar también es fácil reconocerlo y rectificar…
Me intentaré explicar: fue muy fácil equivocarse y sobrestimar el peso que uno era capaz de transportar sobre sus espaldas. Cualquier cálculo del esfuerzo que supone transportar, sobre los hombros, entre 10 y 14 kgs. durante mas de 30 Kms., resulta bastante temerario si no se ha hecho nunca, y si no se ha pasado por una experiencia similar. ¡No pasa na…! ¡Que yo puedo…! Ese optimismo es fruto de la ignorancia. No me queda la menor duda. Y fue un poco nuestro caso. Yo cargué en ese arranque de optimismo hasta con el libro de una de las asignaturas de la Universidad, con la esperanza vana de que podría leer algún párrafo si quedaba hueco.
Pues bueno… lo dicho. Si es fácil equivocarse, aun teniendo buena fe al obrar, también es importante no obstinarse en el error, y a las primeras de cambio intentar enmendarlo. Pepe se dio cuenta rápidamente del tema, y planteó la idea de dar una solución al sobrepeso excesivo: ¿abandonar el equipaje? ¿enterrarlo bajo tierra como el tesoro de algún pirata?. No… ¡dejaros de romanticismos!. Facturarlo en una oficina de correos, que no está la cosa como para tirar cohetes y para algo tendría que servir llevar dos economistas velando por los intereses del personal. [jaja]. Pepe dice que la pela es la pela…[ y eso que no soy catalán.] Así que durante toda la mañana íbamos pensado en la forma de deshacernos de todo aquello que realmente no necesitáramos, como pudiera ser la tienda de campaña, que ya nos quitaba así como quien dice, aproximadamente 4 Kgs. Las pilas de la linterna, el chándal de invierno por si refrescaba, los libros para lectura, varios polos que estaban sin uso, martillo para clavos, etc, etc, etc… Hasta 12 Kgs. de material en exceso emparejamos en un par de cajas de cartón, de cosas y objetos que por si solos no pesaban pero que una vez juntos, sí. Y ese fue el reparto: 4 menos para cada uno.
Pero nos hemos ido casi al final de la historia de la etapa, sin iniciarla siquiera, así que para empezar un poco por el principio yo retrocedería al inicio de la jornada, que realmente comienza sobre las 5 de la mañana en el albergue de O Cebreiro, donde increíblemente descubrimos que hay gente dispuesta a levantarse a semejantes horas, tan solo para tener un hueco en el albergue del próximo pueblo. Primero se oyeron así como rumor de pasos, y luego el abrir y cerrar de cremalleras, algunas risas y bromas, ruidos metálicos de botelleros… y nosotros andábamos tirados en el suelo del pasillo, echando pestes incrédulos de que no nos dejaran dormir, cuando ya parece que al fin se concilia el sueño. Salva me comentaba que creía que la cadera se le había subido a la oreja, de tan duro que estaba el ladrillo, y yo permanecí boca arriba toda la noche, observando las sombras que proyectaba la luna sobre la escalera… El personal madruga, y anda todo el día obsesionado en llegar a tiempo al albergue. Es una locura…
Yo creo que la primera foto, esa en la que estoy yo con Pepe dice algunas cosas si se mira con un poco de detenimiento. Cualquiera que nos conozca se daría cuenta de que en la cara ya se nota un poco el cansancio, y que mi mirada anda algo desencajada. El esfuerzo del día anterior, la nochecita sobre el terrazo y el peso de la mochila…[aquí sale el trago de aquarius y la mojadita de cabeza del chorro de agua congelada…] Todo pasa factura. Esta etapa de 32 kms. que iniciábamos resultaría dura y la bajada a Triacastela se nos haría eterna. Fue toda de tirón, obsesionados al final como el resto del personal en llegar a tiempo para dormir sobre colchón. Así que a las 10 y media llegamos a dicha población, tras cuatro horas y cuarto de camino, y siendo como era, uno de los pocos pueblos que cruzamos con oficina postal no quisimos desperdiciar la ocasión y perdimos un buen rato buscándolo. Primero almorzamos, nos refrescamos las plantas de los pies en un bar a la entrada del pueblo, y luego a lo nuestro… a facturar el equipaje.
El resto de camino hasta llegar a Samos fue.. subidas, y subidas, y mas subidas, hasta aburrirse. A medida que avanzábamos costaba mas decir eso de que todo era muy guapo y muy hermoso, y aunque sí lo era, y siempre quedaba el riachuelo bordeando el camino, uno andaba pensando mas en el dolor de espalda, en las inevitables bambollas de las plantas del pie y en los gemelos, que en algunos momentos parecían apretarse más de la cuenta.

     La decisión de llegar hasta Samos era fruto de la planificación de la noche anterior. Salva estimaba que era lo más conveniente pensando en el tema del alojamiento. El albergue de Samos pertenecía además a un monasterio benedictino y se le suponía lo suficientemente interesante como para optar por el, desechando otras opciones.
Y sin embargo, nuestra llegada al albergue se hizo en unas condiciones tan pésimas que ni monasterio, ni iglesia, ni pueblo, ni nada… toda la tarde la pasamos prácticamente tirados en una litera. Yo con casi 39 de fiebre y todos, doloridos y agotados.[¿ves?, el traguito de Aquarius…]
Se que se quedan muchas cosas en el tintero. En la libreta donde apuntábamos los detalles que merecían recordarse no hay mucho mas, pero a medida que visualizo las fotografías me queda la sensación de que no he transmitido realmente lo que estábamos sintiendo. ¿Os imagináis que se siente cuando se llega tan cansado y se espera encontrar un sitio cómodo y al abrir la puerta del albergue se te cae el alma? Parecía mas un refugio de la guerra civil, o mi camarín del servicio militar, mas que un albergue. Lo siento si soy tan duro pero la imagen que me queda de uno de los cuidadores, con guantes de látex para manipular los colchones, se me quedo grabada en la retina.
Ellos mismos no se sentían con fuerza para tocarlos, ¡válgame el cielo!. Aquello no era suciedad sino que realmente, el ennegrecido de los laterales había sido ganado a pulso, con cada una de las camadas que habían descansado. Así que toda la noche fue intentar no salir del saco ni tocar el colchón para no estar rascando.
Ahora bien… ellos tampoco me olvidaran fácilmente. Con la fiebre y la garganta seca, fui el rey por unas horas y muchos palidecieron al oírme. Al principio hubo tímidos ronquidos según me reían mis compañeros, pero no tardé en hacerles callar, con autoridad, como corresponde a un leo hecho y derecho.[ o un buen león, ja, ja…][oye!!!… ¡que tenía la garganta seca y la nariz tapada…! Yo soy bastante discreto… 🙂 ][¡venga…!! a quien quieres engañar… 😉 ]
Al final quedan esos contrastes… el del cansancio de la etapa frente a la belleza del camino, la suciedad de la habitación frente a la mirada una niña morena, a dos o tres literas de nosotros, con unos ojos y una mirada que cortaba la respiración…

[No se nos olvidará un Italiano de unos 55 años que yacía debajo de mi litera. Era una auténtica mofeta, aspecto inofensivo, silencioso, muy silencioso el cabrón, pero fétido, putrefacto. Sólo comparable al aseo de la estación de Ponferrada]
A las diez, como si se tratase de un regimiento militar tocaban el toque de queda, y para sorpresa de Pepe, y de propios y extraños, nos cerraban con llave hasta las 6 del día siguiente. Yo creo que anduvo nervioso por eso, pensando quizás en las consecuencias de un accidental incendio que nos dejara a todos socarrados. Así que no es de extrañar si a partir de esa misma noche decidiéramos no alojarnos en lo sucesivo en albergues públicos y buscar en lo posible algún lugar para dormir un poco más higiénico y donde pudiéramos -si acaso- ducharnos y sentirnos un poco más limpios.
Un poco mas abajo he incluido unas fotos del final de la etapa, cuando estamos ya cercanos a Samos y de gran belleza.

     Por cierto, como nota al margen, comentaré que aquella niña hablaba 4 o 5 idiomas: portugués, español, francés, inglés… y se pasó toda la tarde hablando, y hablando, y hablando de tonterías…, como una cotorra, con un chico francés bastante amanerado y algo pijo, dejando a las claras que no es oro todo lo que reluce, y que, al fin y al cabo, era mas interesante la conversación de mi Pérez, un poco más feo el cabrón, sin lugar a duda… [Este párrafo ha sido maquillado…seguro…] 😀

 

Martes, 27 de Julio del 2004

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