De Arca (Pedrouzo) a Santiago

     He querido hacer una pausa antes de escribir esta etapa. Fue tan rápida, que algunos recuerdos de las dos primeras horas de camino, quedaron difusas en la memoria, al amparo de una noche cerrada y de una pequeña linterna. Eran algo mas de las dos de la mañana. Noche cerrada y ciertamente frío de muerte. Y allí estábamos los tres, saliendo en silencio de la casa de la señora Carmen, que había sido prevenida de nuestra marcha en horas tan poco habituales.

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Estábamos ansiosos por llegar a Santiago, pero la idea de cruzar un bosque espeso y fosco, principalmente compuesto de altísimos eucaliptos, digno de las mejores películas de terror, no nos hacía demasiada gracia. Tan ansiosos estábamos, que quedó olvidado con las prisas uno de los bordones, apoyado en el quicio de la puerta y fue al caminar algo mas de un kilómetro, cuando reparamos en ello. Era el de Salva y creo que fui yo quien lo olvidó, por lo que no dudé en dejarle el mío. De aquel bosque no recuerdo ahora mismo el nombre. De hecho, no hay notas ni apuntes que relaten el camino del día. Es normal. Pensad lo poco que nos quedaba y las ganas de llegar. Estábamos ansiosos por llegar a Santiago.

     Pasamos cerca del aeropuerto, bordeando la pista forestal y algunas carreteras comarcales… Algunos tramos se hicieron duros pero quizás porque quedaba tan poco, nos bastaba hinchar nuestros pulmones y apretar con rabia los puños y seguir. Posiblemente de día, hubiera sido otra cosa. De noche todo es extraño. Las señales apenas se ven y hay que buscar de lado a lado para no perdernos. ¿os lo imagináis?.

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     Y mientras os cuento todo esto, no se describir lo que sentíamos a medida que se presentía la ciudad del Apóstol… Recuerdo que ascendimos al Monte Do Gozo, que estuvimos muy cerca del monumento que corona el monte, que vimos las instalaciones de la televisión autonómica y que iniciamos una bajada interminable que nos acercaría a las instalaciones de un macro albergue, compuesto de numerosos barracones.

     Y allí quedaba a lo lejos Santiago, como una perla que brillaba en la noche oscura, con el refulgir de las luces de la ciudad. Y nosotros nos disponíamos a recorrer sus calles, en esas horas de la mañana donde la ciudad dormía placidamente. Una larga avenida. La universidad. Calles y calles. La mochila cada vez mas ligera. El paso cada vez mas alegre. Nuestros rostros cansados esbozando una sonrisa. ¡Qué más os puedo decir! ¡Qué allí estábamos los tres y nos sentíamos plenos, aun a pesar de saber de que aquella pequeña aventura estaba a punto de finalizar!.

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     Algunos jóvenes estaban durmiendo la mona en varios portales, ataviados con una indumentaria que adivinaba que se había celebrado alguna fiesta local horas antes. Y al llegar al casco antiguo, recorrimos el camino adoquinado, consciente de que en pocos minutos todo estaría concluido. Hemos dejado algunas fotos de la entrada a la ciudad, que pueden decir mucho mas que tantas palabras.

     Así que solo puedo decir que cuando vimos la catedral, nos pareció tan alta y tan hermosa… Una sensación que no podremos olvidar, de eso doy fe. Queríamos ser los primeros de una cola que presumíamos kilométrica. Pero a esas horas todavía andaban muchos compañeros con las legañas en los ojos y nuestros pasos retumbaban en la inmensa plaza vacía. Estábamos prácticamente solos y nacían los primeros rayos de luz sobre Santiago. ¿Donde nos iban a firmar la Compostelana? Llegar tan pronto tiene esos inconvenientes y tras preguntar a varias personas de la zona, conseguimos averiguar el lugar. En la cola ocupábamos los diez primeros lugares y sentados en la escalinata esperábamos pacientes la apertura de la oficina. Salva y Pepe pensaban en desayunar. Yo también pero teníamos que turnar para no dejar sola las mochilas, así que quedé sentado yo y ellos fueron en busca de algo para llenar el estomago vacío.

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     Poco a poco fueron llegando muchas de las personas que cruzamos en el camino y todos a pesar de que parecían tan cansados… estaban radiantes. Bromeaban relajados y a nadie le importaba aquella cola que poco a poco crecía hasta doblar varias calles. Y entonces alguien avisó de que en cinco minutos abrían las puertas y todos parecieron oírlo porque fueron tomando su sitio. Y fuimos entrando en tropel, alborotando en aquel edificio que rezumaba años y humedad. El murmullo crecía hasta que oímos -¡Adelante! en las mesas y mostradores. Y así, casi simultáneamente, nos sellaron la cartilla del peregrino un pequeño ejercito de administrativas, que pacientemente atendían a los comentarios y preguntaban los datos personales. Un poco mas abajo tenéis una foto de la cartilla y del certificado que se expide.

… … …

     Todos dejamos alguna anécdota que recordar… la mía en aquellas horas la vivía mientras entregaba mi cartilla de peregrino que como sabéis, porque lo dije anteriormente, estaba a nombre de mi padre. Cuando me pidieron la edad para anotarlo en algún documento estadístico, ocurrió uno de esos lapsos de tiempo que duran menos de un segundo, pero que son vividos como una eternidad. Ahí estaba yo con un dilema moral, que otro ni siquiera se hubiera planteado. Tan solo se trataba de decir una pequeña mentirijilla, nada mas. No podía decir setenta porque no colaba (no soy tan mayor :-)) y seguramente, de haber dicho treinta y nueve, hubiera pasado inadvertido, pero en mi cartilla afirmaba nacer en el treinta y cuatro (demasiado bien conservado para esa edad). Soy una especie de bicho raro…
Finalmente, mis labios titubearon para explicar… -mire señorita… [(mis amigos me miraban como diciendo «la va a cagar»)] [efectivamente… propio de ti 😀 ] yo hago el camino por mi padre. Me explicaron en el lugar de origen que no habría problema y… Aquella señorita no pudo ser mas tajante: – Lo siento… pero no puedo ponerla a nombre de tu padre [¿alguna vez te callarás…? 😉 ].
Sabía que aquella persona cumplía simplemente con su trabajo. Pero no pude evitar que se humedecieran mis ojos, y que necesitara tragar saliva para seguir hablando. Aquello era importante para mi. Le volví a insistir pero era inútil… Sentí en ese momento que había metido la pata sin querer. Una pequeña mentira hubiera sido suficiente… Tan solo una.
Así que quedo la cartilla a mi nombre pero con una coletilla que decía mas o menos «Vicarie pro» y el nombre de mi padre (Dedicada a…). Al segundo, mientras sostenía el papel entre las yemas de mis dedos, me di cuenta de que aquel papel no significaba más que el propio camino. Y sonreí a aquella mujer que levantaba sus ojos hacia mi. Y entonces, descubrí por su expresión, que ella también debió sentirse en una situación parecida a la mía, con el dilema moral de dejarme pasar y mirar a otro lado. Y le di las gracias.

     Este tipo de cosas no se aprenden en los libros…

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Domingo, 1 de Agosto del 2004

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